CAROLL, LEWIS
En una interesante entrevista Tim Burton (recién salido entonces de la madriguera de conejo de su adaptación cinematográfica de Alicia en el País de las Maravillas) hacía un apunte muy perspicaz acerca de por qué, a su juicio, habían fracasado las anteriores adaptaciones cinematográficas de la obra de Carroll: «Todos se han limitado a mirar a Alicia como a una niña a la que, simplemente, le suceden cosas fantásticas, pero nadie se ha parado un segundo a preguntarse quién es esa niña». Quizá, en esa queja tan simple de Burton estén contenidos todos los malentendidos habituales de quienes rechazan la obra de Carroll como un sencillo libro de aventuras incomprensibles, o como un falso libro para niños.
Dejemos, entonces, que sea el propio Carroll quien conteste: «¿Qué fuiste tú, soñada Alicia, en la mirada de tu padre adoptivo? ¿Cómo dibujarte ahora? Amorosamente, desde luego, amorosa y tiernamente: amorosa como un perro (y perdonen este símil tan prosaico, pero no se me ocurre un amor mundano más puro y perfecto), tierna como un cervatillo, educada con todos, con los altos y los bajos, con los solemnes y los grotescos, tanto con el Rey como con la oruga, incluso cuando ella misma era hija de un Rey y vestía con ropas doradas, y también confiada, dispuesta a creer siempre hasta los más disparatados imposibles, con esa confianza que sólo le es propia a los soñadores, curiosa, extremadamente curiosa, y con la capacidad de diversión que nace sólo de las horas alegres de la infancia, cuando todo es nuevo y brillante y el pecado y el dolor no son más que meras palabras, palabras vacías que nada significan.»
En una interesante entrevista Tim Burton (recién salido entonces de la madriguera de conejo de su adaptación cinematográfica de Alicia en el País de las Maravillas) hacía un apunte muy perspicaz acerca de por qué, a su juicio, habían fracasado las anteriores adaptaciones cinematográficas de la obra de Carroll: «Todos se han limitado a mirar a Alicia como a una niña a la que, simplemente, le suceden cosas fantásticas, pero nadie se ha parado un segundo a preguntarse quién es esa niña». Quizá, en esa queja tan simple de Burton estén contenidos todos los malentendidos habituales de quienes rechazan la obra de Carroll como un sencillo libro de aventuras incomprensibles, o como un falso libro para niños.
Dejemos, entonces, que sea el propio Carroll quien conteste: «¿Qué fuiste tú, soñada Alicia, en la mirada de tu padre adoptivo? ¿Cómo dibujarte ahora? Amorosamente, desde luego, amorosa y tiernamente: amorosa como un perro (y perdonen este símil tan prosaico, pero no se me ocurre un amor mundano más puro y perfecto), tierna como un cervatillo, educada con todos, con los altos y los bajos, con los solemnes y los grotescos, tanto con el Rey como con la oruga, incluso cuando ella misma era hija de un Rey y vestía con ropas doradas, y también confiada, dispuesta a creer siempre hasta los más disparatados imposibles, con esa confianza que sólo le es propia a los soñadores, curiosa, extremadamente curiosa, y con la capacidad de diversión que nace sólo de las horas alegres de la infancia, cuando todo es nuevo y brillante y el pecado y el dolor no son más que meras palabras, palabras vacías que nada significan.»