PINTO, MERCEDES
Publicado en 1936 en Chile, Ella recoge los primeros compases de la niña Mercedes Pinto Armas de la Rosa y Clós, nacida el 12 de octubre de 1883. Despierta e inteligente ("ojalá hubiera sido varón", dicen los amigos), huérfana de padre, a quien no recuerda pero que es su viva imagen, vive en el nido de una familia acomodada y culta, con su madre, su abuela (la gran matriarca), sus tías y su hermana pequeña. Con una personalidad arrolladora desde el principio, mete a su familia en compromisos cuando mezcla sirvientes con señores, cuando suspira de amor por un poeta a los seis años, cuando prefiere los ojos tristes y llanos de José Martí antes que vituperarlo por haber hecho perder a España su última colonia de ultramar, cuando pide, en el rosario vespertino, una oración por Mateo Morrals, el anarquista que atentó contra Alfonso xiii, cuando plantea cuestiones incómodas sobre la escalera de poder de la iglesia católica. El genio con el que nació Mercedes Pinto pudo desarrollarse libremente, porque ella le dio alas. Sólo los castigos, las penas y las ausencias conseguirán doblegar un poco el espíritu apabullante de esta niña.
En Ella se habla de amor, de infancias felices, de azoteas plagadas de jazmines, de criadas que acompañan a las señoritas, de la junta de caridad de las señoras católicas que obligan a besar crucifijos a los moribundos, de lecturas, de las primeras obras de teatro que Pinto escribió y representó en el salón de su casa, de las correrías con su hermana, de viajes en barco, de aventuras imaginarias del capitán Grant, de príncipes que matan dragones, de puestas de largo. Pinto se analiza a sí misma, se reconoce en la niña que fue, cuando su vida parecía perfectamente delineada. Habla de sus novios, de cartas secretas, del consolador silencio de las iglesias, de las murmuraciones insanas de la alta sociedad, de las tentadoras luces del teatro, de la rigidez de una abuela que sabe que sobre ella pende el juicio que los demás hagan de las que tiene a su cargo, de los rituales de balcón de los noviazgos, de su hermana que se casa y se va, de su desesperación...
En Ella se habla de conocer a un hombre oscuro que le inquieta, y que por tristes carambolas resulta su marido, el abogado y paranoico Juan de Foronda (nombre que nunca se utiliza en la novela, es sólo él), con quien convive durante diez años, del que tiene tres hijos, con el que viaja a Madrid para internarlo en un manicomio, del que huye porque quiere acabar con ella y quedarse con los niños.
En Ella se habla de alguien con todas las de perder ("Yo soy mujer y además no soy rica; dos grandes inconvenientes para que se pueda obtener justicia en la vida"), que busca en el laberíntico centro de Madrid de los años 20 un lugar en el que esconderse, donde sus hijos estén protegidos de las amenazas de su marido y acólitos, se habla de abogados que comprenden su situación y que poco más que comprensión pueden darle, de un pasante de abogado que la mira como si la quisiera y que tiempo después (esto ya no aparece en Ella, es historia) será su segundo marido, el que la acompañará en su exilio americano.
En Ella, en suma, se habla de una mujer que superó obstáculos, que miró a los más débiles (las mujeres, los campesinos, los obreros, los analfabetos) y quiso compartir con ellos su fortaleza. Que encontró piedras en el camino y las deshizo con su oratoria. Que fue pedagoga, poeta, dramaturga, locutora de radio, creadora de grupos de teatro, oradora, periodista. Que tenía un sentido del humor exquisito. Que vivió 93 años y que los primeros veinte, los que se recogen en Ella, son el caldo de cultivo para la eclosión que tuvo lugar después, lejos de su tierra natal, a la que sólo regresó en contadas ocasiones.