«Yo, que no soy etnólogo, me propuse mantener un diálogo con el etnólogo, con el hombre de ciencia; le hice con ese fin preguntas que lo obligaban a distanciarse bastante de su disciplina, pero menos, mucho menos de lo que puede parecer, porque no me olvido de que si apela a las matemáticas, apela igualmente a la aprehensión poética. Único quizás entre todos los hombres de ciencia, le es preciso apuntar a la identificación con su objeto, con el otro. Le es preciso también descubrir -para conocer- las propiedades poéticas del lenguaje. Cuando creo atraer al etnólogo, cuando finjo atraer al etnólogo hacia el exterior de su campo, no olvido que le demando acudir a la aprehensión poética. Pero las cuestiones que yo planteo al hombre de ciencia no son las que se plantea él mismo, y quisiéramos conocerlas; con el eterno rectificativo: nosotros, hombres corrientes, pedimos -ingenuamente, esto es indudable- enseñanzas al hombre del conocimiento. Quisiéramos saber lo que él concluye, porque queremos conclusiones; lo que él nos dice, porque entendemos que dialoga con nosotros; lo que les dice a los otros hombres de ciencia, porque esperamos que para él, que también es poeta, lo humano quede preservado.» (Georges Charbonnier)