Lo que Deleuze y Guattari entienden como sistema filosófico no es en absoluto un corpus orgánico de conocimientos o una síntesis unitaria gobernada por una trama lógico-deductiva a partir de un principio primero y fundamental, sino algo así como una multiplicidad de multiplicidades. El libro y, por tanto, el sistema están constituidos por una diversidad numéricamente indefinida de planos inconmensurables que no se pueden totalizar a priori: la totalidad el sistema no está fuera de esos planos ni planea por encima de ellos como una dimensión ulterior y trascendente que se añadiera a ellos para efectuar su síntesis, sino que la totalidad (el pensamiento como repetición y el ser como diferencia) está toda entera en cada uno de los planos (lo que explica la fascinación filosófica de Deleuze por Leibniz, para quien el universo infinito estaba también en cada una de sus mónadas) y, sin embargo, su faz cambia por completo según cuál sea el plano desde el que se la observe o se la reconstruya. Lo importante es que cada uno de esos planos no puede ser descrito si no es recorriéndolo, haciendo la experiencia de su exploración. Ello explica la insistencia de Deleuze y Guattari en que el libro no debe ser un calco sino un mapa, es decir, al mismo tiempo el resultado precario y nunca definitivo de esa experiencia de exploración y el instrumento pragmático que la condiciona en su continuidad.
Mil Mesetas es el resultado de esta formidable y fascinante aventura de experimentación, pues es la definición de la filosofía como experimentación y no ya como interpretación o como análisis. Es decir, la filosofía en el sentido tradicional de la palabra: algo que, de puro intempestivo, es siempre nuevo. Un nuevo escritor de filosofía para un nuevo tipo de libro de filosofía que exige busca, sondea un nuevo lector de filosofía.
José Luis Pardo