La realidad social pone de manifiesto la existencia de comunidades cuyos criterios internos de bondad colisionan frontalmente con los de la sociedad más amplia. Lo que para dichas comunidades son valores constitutivos y conducentes al bien común, para quien los contempla con la vara de medir de la libertad y la igualdad moral, de los derechos humanos en definitiva, no pueden sino ser evaluados como un «mal común». Puesto que no aceptan su coexistencia con otras visiones del mundo y del bien, este tipo de comunidades recurren a la violencia en su batalla contra los «otros». Lo privativo de las comunidades de muerte es que siempre eligen la aniquilación de los «culpables» de la pluralidad sociológica, religiosa o ideológica.
La realidad social pone de manifiesto la existencia de comunidades cuyos criterios internos de bondad colisionan frontalmente con los de la sociedad más amplia. Lo que para dichas comunidades son valores constitutivos y conducentes al bien común, para quien los contempla con la vara de medir de la libertad y la igualdad moral, de los derechos humanos en definitiva, no pueden sino ser evaluados como un «mal común». Puesto que no aceptan su coexistencia con otras visiones del mundo y del bien, este tipo de comunidades recurren a la violencia en su batalla contra los «otros». Lo privativo de las comunidades de muerte es que siempre eligen la aniquilación de los «culpables» de la pluralidad sociológica, religiosa o ideológica.